sábado, 16 de abril de 2016

ESTA SERÁ UNA HISTORIA DE TERROR

Tengo el mejor trabajo del mundo: estoy de jefecillo en la oficina de objetos perdidos de la estación de Manhattan Central, Nueva York. Allí me paso la mañana hablando de fútbol con Peter, el policía de paisano que hace por allí su ronda, y las tarde con Mohamed, un amigo mío que pasa de vez en cuando.

Muy muy raramente viene alguien a preguntar por algo, ya que se da por hecho que lo que se pierde alguien se lo queda que le dará buen uso, que un paraguas ido nunca regresa y que los mecheros van de mano en mano y son de todos. Hablando de manos, esta será una historia de terror:

Un día, un viejo, con acento raro, me vino a preguntar por algo "very imporntante".

- ¡Very! - remarcó
- ¿Cómo? - dije
- ¡VERY! - repitió
- Ah... Very... vale, very... Entiendo... ¿Y qué es?
- Mis manos, he perdido mis manos
- Vale... Veamos...Aquí, ahora misma, lo que son manos, no tengo ninguna... ¿No será una pierna?
- No
- Hay tres piernas
- No, manos
- Pero manos.... Nada
- MANOS, MA-NOS
- ¿Cómo son?
- Diría que son parecidas a las suyas, unas manos de persona humana
- Bien
- Dos
- Entiendo... ¿Diría usted que son manos de cinco dedos en cada una? Intente recordar
- Aproximadamente, sí. Cinco, dedo arriba, dedo abajo
- ¿Algún detalle significativo? ¿Tatuajes, uñas...
- Uñas. Una por dedo.
- Bien, creo que me voy haciendo una idea... ¿Algo más?
- Son frías
- ¿Frías?
- Sí, están frías... Imagínese: para que me hayan arrancado de aquí mis manos acostumbradas a sostener un arma éstas han debido de estar frías... O muertas...
- ¡ANDA!

Entonces lo reconocí, no me cabía ninguna duda: era el mismísimo Charlton Heston en persona. Llevaba las mangas de la chaqueta colgando, como si fuera una chaqueta cinco tallas más grande. Su historia de las manos cobraba sentido.

- ¿Le ha sucedido algo parecido alguna vez?
- No, es la primera vez
- ¿Está seguro de haberlas perdido en el tren?
- Casi seguro. Me quedé dormido y cuando desperté, mis manos no estaban ahí
- ¿Conoce usted a Monterroso?
- No, ¿por?
- De momento es mi principal sospechoso... pero dígame, ¿adónde se dirigía?
- No se lo puedo decir
- ¿Y eso?
- Como usted sabe -dijo con voz temblorosa el anciano- soy presidente de la Asociación Nacional del Rifle, de vez en cuando nos reunimos en secreto... Me dirigía por tanto a una zona prohibida para usted, para el resto de los humanos en realidad

Entonces comprendí.

- ¡SÍGAME! - Le dije.

Salí de mi ventanilla y le pedí a Mohamed que vigilara por mí, que si venía alguien que le dijera que en media hora estaba de vuelta. A continuación, Charlton Heston y yo tomamos un tren: dos, tres, cuatro paradas... Por fin, allí estábamos, en la isla donde hace ya más de doscientos años se instaló, para asombro del mundo, la siempre querida y admirada Estatua de la Libertad. Y sí, tenía yo razón: las manos de este señor estaban ahí, agitándose, como locas, golpeando el suelo y gritando una y otra vez:

- ¡MANIÁTICOS! ¡LO HABÉIS DESTRUIDO! ¡YO OS MALDIGO A TODOS, MALDIGO LAS GUERRAS! ¡OS MALDIGO!

No hay comentarios:

Publicar un comentario